Magma azul

Kristina subía las escaleras de los últimos pisos de la Arcología a todo correr, jadeando y esquivando a otros universitarios rezagados. La mayoría hacía cola para los elevadores, pero ella sabía que si esperaba no llegaría a tiempo a la azotea para el concurso de fuegos artificiales; y su fuego, como alumna de segundo, sería de los primeros en ser encendidos.

Cuando por fin alcanzó la gran terraza, se apresuró a buscar a Claire y Nikola. Los encontró junto a la baranda, admirando las vistas, y Kristina no pudo evitar hacer lo mismo cuando llegó a su lado. La Arcología era un coloso de más de trescientos metros de altura en el centro de la bulliciosa capital y se podía divisar cada barrio de la ciudad desde la azotea.

Claire le dio un beso fugaz y le cogió de la mano.

—Al menos te ha dado tiempo a quitarte los guantes y las gafas de protección —bromeó, mientras la miraba de arriba a abajo. Kristina había llegado con un mono de cuero de laboratorio.

—Estaba terminando una cosa. Esperad… —rebuscó en su mochila y sacó disimuladamente una petaca metálica—. La remesa número treinta y tres de mi Magma Azul. Creo que es la mejor hasta la fecha, pero decidme vosotros.

Técnicamente era alcohol de contrabando, pero muchos estudiantes de alquimia destilaban su propio licor y los profesores hacían la vista gorda… siempre que nadie acabara en el hospital y que no hubiera dinero de por medio.

Nikola cogió el frasco y pegó un trago rápido antes de pasárselo a Claire.

—Eres una maldita genio, Kristina. No me extraña que seas el ojito derecho de la profesora Blackraven.

—Vas a acabar avergonzando a todos los alquimistas de la universidad. —añadió Claire.

—Pues esperad a ver mi fuego —fanfarroneó con una sonrisa de oreja a oreja—. De todos modos, yo creo que voy a ser ingeniera: diseñaré motores, inventaré vehículos…

—¿Para la empresa de tu familia? —preguntó Nikola. —Si tu padre no quiere, acuérdate de tu buen amigo en la universidad y deja que invierta en cualquier negocio que emprendas.

—¡Ya está el barón presumiendo de dinero! —Claire se rio.

—Me temo que no presumo, solo tengo dos dedos de frente. Y por enésima vez, no me llaméis barón, los títulos no tienen validez aquí.

—Sirven para picarte recordándotelos —bromeó Kristina.

Sin embargo, Nikola tenía razón. En la Arcología, las leyes eran diferentes y la nobleza no existía. Era, a todos los efectos, un microestado dentro del reino, e incluso Su Majestad Valeria VIII tenía que pedir permiso al rector para poder acceder a la gran torre. Allí, Kristina estudiaba, estaba libre de su familia y ¡les consideraban adultos a los dieciocho! Podía beber y fumar, amar a quien quisiera y no tenía que dar explicaciones a nadie si leía demasiados libros.

Las luces de los pisos superiores de la Arcología se apagaron, y el cielo nocturno —libre de tráfico de zepelines para la ocasión— lucía despejado. El primer cohete que encendió el pirotécnico silbó mientras subía y estalló en una pequeña palmera dorada. Pronto le siguió un segundo, un tercero y un olor a pólvora lo impregnó todo. El cohete que había entregado Kristina para el concurso no tardó en prenderse, y ascendió serpenteando con una estela verde. Explotó en cientos de chispas plateadas que restallaron y Kristina sonrió al ver la cara de sus amigos, asombrados.

Aún no había acabado el espectáculo cuando uno de los guardas se acercó a Kristina y le entregó un sobre: lo había traído a la Arcología un grupo de escoltas, y tenía el tulipán de su familia en el sello de lacre. Cuando lo abrió y leyó el contenido se quedó lívida.

—Kristina, ¿estás bien? —preguntó Claire, visiblemente preocupada.

—Es… es increíble. Mi padre me ha… ¿Me ha prometido al hijo del presidente de Eastern Motors…? —dijo con la voz temblorosa de la rabia—. Y ha mandado a sus gorilas para sacarme de la universidad, porque al parecer me caso en tres semanas.

—¿¡Qué!? —exclamaron Nikola y Claire al unísono.

—Voy a hablar con el rector, no lo he visto por aquí, estará en su despacho.

—Nosotros iremos a buscar a la profesora Blackraven. —propuso Claire.

Kristina bajó corriendo con la carta aún en la mano hacia el rectorado, que estaba en el antepenúltimo piso. Abrió la puerta del despacho sin llamar y entró apresuradamente.

—¡Don Xavier!

El rector se acomodó las gafas, sorprendido por la repentina entrada.

—¿Qué modales son estos, señorita Valar? Hay una puerta, cerrada. Y un timbre.

Kristina ignoró la reprimenda y puso la carta en el escritorio del rector con un sonoro manotazo.

—¡Mi padre quiere casarme!

—Todos los padres quieren casar a sus hijas —dijo mientras recogía la carta y la leía en silencio. —¿Es tu novia el motivo de esta intromisión?

—Sí… ¡No! ¡Sí! —exclamó, atolondrada y furiosa—. ¡Que quiere casarme con un hombre! ¡Yo quiero estudiar! ¿No ha leído el nombre del novio? Es el primogénito del presidente de Eastern Motors, que mi padre está a punto de adquirir y fusionar con su empresa. ¡Yo soy parte del pago!

La puerta volvió a abrirse y una señora de mediana edad pasó al despacho. El rector le pasó la carta y Kristina esperó en silencio a que su profesora la leyera.

—Xavier, esta chica es la mejor estudiante de su promoción, ya lo sabes —La profesora Blackraven volvió su cabeza para mirar a Kristina. —Y claramente no quiere casarse… Tenemos que darle asilo aquí. No sería la primera vez.

—¡Ese es el problema! —bufó el rector. —¿Y qué pasará cuando la universidad coja fama de «retener» a las señoritas de la alta sociedad? ¿A cuántas de esas chicas les negarán el venir a estudiar aquí?

—¡Ese es un problema del futuro! —protestó Kristina— ¡Mi problema es ahora, en el presente!

El rector suspiró, rendido.

—Kristina, entiendes las consecuencias de esto, ¿no? Seguramente tu familia te retire el sustento, para forzar a que vuelvas a casa. Te daríamos una beca completa, claro, pero no podrás abandonar la Arcología hasta que no cumplas veintiún años y seas mayor de edad ahí fuera —la miró seriamente—. En ningún momento —recalcó—, o podrían capturarte.

—¿Para qué demonios la querría abandonar?

—Vuelve mañana a la hora del almuerzo y empezamos a arreglar esto…

Kristina dio las gracias con un grito de alegría y se dispuso a abandonar el despacho. Cuando estaba a punto de cruzar el umbral, el rector carraspeó.

—Ah, y cuando vengas trae una botella de ese Magma Azul tan famoso. He oído buenas cosas.

La cara de Kristina se tornó seria de repente.

—No sé de qué me habla, don Xavier… —murmuró. Miró hacia la profesora Blackraven, buscando ayuda.

—A mí también me encantaría recibir una botella, señorita Valar.